Desde el triunfo de la “revolución” el cubano no ha podido descansar de la parafernalia política que trajo consigo la misma.
No ha encontrado un momento en el que ocuparse de las cosas eminentemente ordinarias que afectan a sus vidas no estuviera ligado a una consigna, a un acontecimiento, muchas veces provocado para mantener las mentes aletargadas. Todo vale para realizar discursos, llenar plazas con obligados, llenar el calendario de efemérides que algunos desconocen o la distorsiona un sistema educativo adoctrinado.
El cubano no sabe lo que es oír y ver la televisión sin que entre programa y programa no le metan una “cuña” de propaganda, en ir al baño y no usar la cara de Fidel en un periódico para cuando termina, en pasearse por las calles y leer consignas en las paredes.
Levantarse, vivir, acostarse, levantarse de nuevo, con la seguridad de que su gobierno no le recuerda los favores como si de un mafioso de la mafia siciliana se tratare, que este tranquilo, que con los impuestos que paga su necesidades básicas serán cubiertas, acostarse y vivir la vida en paz. ¿Será algún día posible para nosotros?
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